-Pide un deseo.
-Mamá ya te dije que no creo en deseos.
-Hazlo para la suerte.
-Mamá...
-Sí, sí, tampoco crees en la suerte, ya no seas amargada y apúrate que se va a derretir la vela...
Soplé las velas de mi pastel de cumpleaños, finjí pedir un deseo.
Y no porque no crea en deseos, realmente no sabía qué desear. Y es que los deseos a veces no concuerdan con lo real, los deseos son aquellas cosas que pensamos que podrían pasarnos, que quisiéramos que fueran una realidad y que, por arte de magia, van a pasar.
Desear ya no basta, porque desear es una promesa infinita que no se sabe si se cumplirá o no; desear no es querer. Y este año yo quise más de lo que deseé.
No es lo mismo, por ejemplo, decir: deseo un helado; a decir: quiero un helado. Al decir deseo estamos esperando tener algo, al decir quiero estamos afirmando que tendremos algo, o que se hará lo posible por conseguirlo. Todos deseamos cosas, pocos quieren cosas; un deseo es fantasioso, querer es caprichoso. Los deseos esperan una cantidad de tiempo indeterminado, querer algo tiene fecha de caducidad, es más real, y la realidad nos hace tanta falta.
Yo, por ejemplo, deseo que estés conmigo; tú, por ejemplo, no quieres estar conmigo. ¿Notas la diferencia?
Y en estos tiempos ya no basta con desear las cosas, hace falta quererlas. Decidir entre el deseo y el quiero es lo difícil.
Ahora que lo pienso debí pedir un deseo de cumpleaños, tal vez el próximo año.