domingo, 15 de febrero de 2015

Fragmento V

Es extraño tenerte frente a mí, mirar de nuevo tus grandes ojos avellana, y mirarte tan bien, tan fresca, tan guapa; ya no eres aquella Ana que dejé estúpidamente llorando en nuestro apartamento. Te veo sonreír y ya no encuentro en tu sonrisa aquella que era sólo para mí, ésta es diferente, es una sonrisa amistosa y sin rastros de la melancolía que quería encontrar pero tanto me aterrorizaba, porque es cierto, me has olvidado. 

Te veo y ya no encuentro a aquella muchacha delgada y atractiva que cantaba en la ducha y me volvía loco tarareando una y otra vez La Vie en Rose; eres diferente. Una mujer hecha y derecha, igual de atractiva, pero diferente. Me cuentas de tu viaje por Sudamérica, de cómo cambio tu mundo hacer aquella maestría que tantas veces fue motivo de discusiones entre nosotros, cómo pude ser tan egoísta para querer privarte de tus sueños por no ver truncados los míos; ahora te veo sentada frente a mí, tomando alegremente tu té de frambuesa mientras me pudro por dentro, mientras me aguanto las ganas de querer tomar tu mano y decirte lo idiota que he sido. 

Porque lo he sido Ana, y no sabes cómo me arrepiento, tal vez mis disculpas llegan muy tarde, tal vez ni siquiera son necesarias; pero necesito decirte que lo siento mucho, que tu amor fue lo más valioso que he tenido en la vida, fue sincero, y lo eché a perder, la cagué a lo grande; lamento de veras todas las veces que te hice llorar; que dije palabras que te hirieron y la mayoría de las veces que esa fue mi intención, herirte. Lamento haber sacado lo peor de ti, lamento haberte engañado, haber buscado en otras bocas lo que creí ya no tener contigo, sin entender que lo nuestro no era cualquier cosa, era real. 

Porque no sabes lo que yo daría Ana, porque volvieras a traerme el café por las mañanas, porque tu sonrisa se iluminara otra vez con verme a lo lejos, por volver a perder mis dedos en tu cabello negro; porque volvieras a mencionar mi nombre con desesperación mientras besaba tu cuello, no con esta formalidad tan extraña que no tiene ni una pizca de aquellas tardes mientras hacíamos el amor en nuestra habitación y afuera llovía a cántaros; te extraño Ana, no he dejado de extrañarte ni un instante; perdón por no haber sido valiente por los dos, por haber sido cobarde en aquel tiempo; por ser cobarde ahora y no decirte todo esto,  por no interrumpir la cantidad de tonterías que me dices sobre el trabajo y los amigos para decirte esto que estoy sintiendo. 

Perdón Ana por dejarte ir una vez más, por no buscar en tus ojos un pequeño rasgo de esperanza; por callarme y verte alejarte por la calle, distraída de todo, tan ausente de mí. 

Si tan sólo volvieras la vista, si tan sólo...