miércoles, 19 de junio de 2013

Chocolate.

¿Alguna vez se ha acabado una tableta entera de chocolate "Abuelita"?

Hoy llovía a mares y la señal de la televisión iba y venía, terminé el libro de Cortázar, el cuál aún no tiene multa en la biblioteca, quise dormir un rato, los truenos no me dejaron. Mi madre dice que es patético que a mis casi 20 años me siga metiendo entre las cobijas cuando hay truenos, pero qué se le va a hacer.

Entonces me acordé, y me acordé porque mi hermana lo mencionó, mi abuelo solía darme un pedacito de ese chocolate cuando llovía, o cuando no. A veces sólo me emocionaba visitar al abuelo porque me daría un poco de chocolate, y cuando no lo hacía, solía entrar a escondidas a la cocina para obtener un poco.

Mi abuelo era de esos hombre que ya no hay, siempre correcto, siempre limpio, siempre bohemio. Era un hombre de canciones y guitarra, el que sacaba su bandera en día de la independencia y la ondeaba por toda la sala. 

Y me acuerdo que me encantaba entrar a escondidas a su cuarto cuando no estaba, en el cuarto de mi abuelo solías encontrar de todo, millones de libros, hojas con canciones tiradas en el piso, muchas guitarras, y ese inconfundible olor a viejo mezclado con mentol. No recuerdo haber tenido una conversación larga con mi abuelo jamás, pero me acuerdo de él, y de sus gestos, y de la manera en que tomaba el sol en el balcón; y de como aprovechaba cualquier ocasión para cantarnos "vienen los gatitos, vienen a dormir, vienen muy cansados de tanto correr...", y de su gusto por el ate. Y lo mucho que amaba a mis padres.

No sé porque me acordé de mi abuelo, tal vez porque solía protegerme de los truenos, y darme chocolate "Abuelita" para no tener miedo. Y porque tal vez, después de casi una década de ausencia, uno no deja de extrañar a aquellos que ama.